Serm�n del Rev. Dr. Martin Junge

Serm�n en ocasi�n de la Conmemoraci�n Conjunta de la Reforma

Catedral de Lund, Suecia, 31 de octubre de 2016

Revdo. Dr. Martin Junge, Secretario General de la Federaci�n Luterana Mundial

Queridas hermanas, queridos hermanos en Cristo,

Durante siglos, generaci�n tras generaci�n, hemos venido leyendo este texto del evangelista Juan que nos habla de Jesucristo como la vid verdadera. Sin embargo, antes que leerlo como aliciente para afirmar nuestra unidad, nos hemos enfocado en aquella referencia que habla de las ramas que por no dar frutos, son separadas de la vid. Y es as� como nos hemos visto los unos a los otros: como ramas separadas de la vid verdadera, separadas de Cristo.

Pero hubo mujeres y hombres quienes en tiempos en los cuales esta conmemoraci�n conjunta era todav�a inimaginable, ya se reun�an para orar por la unidad o para constituirse en comunidades ecum�nicas. Hubo te�logos y te�logas que ya dialogaban para superar diferencias doctrinales y teol�gicas. Ya hubo entonces quienes conjuntamente se colocaron al servicio de los pobres y oprimidos. Hubo incluso quienes llegaron al martirio a causa del evangelio.

Siento inmensa gratitud por aquellos intr�pidos profetas. Viviendo en comunidad y dando testimonio conjunto comenzaron a verse ya no como ramas separadas de la vid, sino unidas a Jesucristo. Es m�s, comenzaron a ver a Jesucristo en medio de ellos y a reconocer que a�n en aquellos per�odos de la historia durante los cuales dejamos de hablarnos, Jes�s nos segu�a hablando. Jes�s jam�s se olvid� de nosotros, incluso cuando a ratos incluso parec�amos haberlo olvidado a �l, perdi�ndonos en acciones violentas y cargadas de odio.

Y as�, al ver a Jesucristo en medio nuestro, hemos comenzado a vernos de manera distinta. Reconocemos que es much�simo m�s lo que nos une, que lo que nos separa. Somos ramas de una misma vid. Somos uno en el Bautismo. Por eso estamos aqu� entonces, en esta conmemoraci�n conjunta: aprest�ndonos a redescubrir quienes somos en Cristo.

Sin embargo, esta revelaci�n de la unidad que tenemos en Jesucristo se choca con la realidad fragmentada de su iglesia, el cuerpo de Cristo. Aquella visi�n de una comuni�n fundada en Jesucristo, con toda su belleza y la esperanza que nos inspira, nos lleva a sentir con m�s dolor a�n las heridas de nuestro desgarro. Se quebr� lo que nunca debi� quebrarse: la unidad del cuerpo de Cristo. Perdimos lo que nos es regalado.

�C�mo seguir caminando ahora, con aquella misma osad�a y esperanza de quienes nos precedieron en este peregrinaje ecum�nico hacia la unidad? �C�mo encaminarnos hacia aquel futuro de comuni�n al cual Dios nos llama? �Podremos acaso sanar para finalmente llegar a ser lo que ya en Cristo somos: ramas de una misma vid?

Un pensador latinoamericano, Eduardo Galeano, escribi�: la historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atr�s: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que ser�.

Propongo que sea esta la clave que desde hoy apliquemos al leer el texto b�blico de la vid verdadera. Que sea anuncio esperanzador y prof�tico del s�lido v�nculo entre la vid y sus p�mpanos para dar frutos de sanidad y vida plena. Que sea �ste el esp�ritu con el cual abordemos este trascendental momento en el cual nos comprometemos mutuamente, cat�licos y luteranos, a transitar de un pasado marcado por la divisi�n y el conflicto, para andar los caminos de comuni�n.

Es un camino prometedor, pero exigente, sin lugar a dudas. Transcurre en medio de tiempos de gran fragmentaci�n y marcada tendencia al conflicto. Se imponen sectarismos, que llevan a individuos y comunidades a la alienaci�n sin posibilidad de comunicarse. Mas el camino al cual estamos llamados deber� sostenerse en di�logos a�n m�s profundos. Nuestras narrativas acerca de qui�nes somos, y qui�nes son los dem�s, generalmente destacan nuestras diferencias. Nuestras memorias a menudo est�n marcadas por el dolor y el conflicto.

Conscientes de todas aquellas fuerzas centr�fugas que siempre amenazan separarnos, quisiera llamarnos a que nos confiemos a la fuerza centr�peta del Bautismo. �La gracia liberadora del bautismo es un don divino que nos convoca y nos une! El bautismo es anuncio prof�tico de sanaci�n y de unidad en medio de nuestro mundo herido, convirti�ndose as� en un don de esperanza en medio de una humanidad que a�ora vivir en paz con justicia y en diversidad reconciliada. Qu� misterio tan profundo: lo que pueblos e individuos viviendo bajo situaciones de violencia y opresi�n piden a gritos, es consonante con lo que Dios contin�a susurrando en nuestros o�dos por medio de Jesucristo, la vid verdadera a la que estamos unidos. Permaneciendo en esta vid daremos frutos de paz, justicia, reconciliaci�n, misericordia y solidaridad que el pueblo pide y Dios produce.

Vayamos entonces, respondiendo con fidelidad al llamado de Dios, y con ello respondiendo a los gritos de auxilio, a la sed y al hambre de una humanidad herida y quebrantada.

Y si Dios ma�ana nos viera con piedras en nuestras manos, como las que carg�bamos anta�o, que ya no sea para arrojarlas contra otros. �Qui�n arrojar�a la primera, ahora que sabemos qui�nes somos en Cristo? Que no sea tampoco para levantar murallas de separaci�n y de exclusi�n. �C�mo caer en ello, cuando Jesucristo nos invita a ser embajadores de la reconciliaci�n? M�s bien, quiera Dios encontrarnos utiliz�ndolas para construir puentes para poder acercarnos, casas donde poder reunirnos, y mesas  s�, mesas donde poder compartir el pan y el vino, la presencia de Jesucristo que jam�s nos dej�, y quien nos llama a permanecer en �l para que el mundo crea.